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Mujeres entre flores

-Pero ¿aman los hombres? ¿Es posible que amen con ese afán infantil de vivir que los domina, con esa cara de miedo de morir que es el rasgo repulsivo en la expresión del varón? NO detengais un momento la mirada, la simpatía en rostro de hombre que exprese esa severidad a la vida, ese horror de cesar de existir, ese embebecimiento on todos los juguetes y modos minúsculos de la vida. Cuando pienso que puede aparecérseme el amor, la apariencia del amor, en un hombre fuerte, noble, desaposionado, y que es verdad no tiene más pasión que la de sostenerse vivo el mayor número de semanas posible y ocuparlas en llenar la vida de alambres, locomotoras, conciertos sinfónicos, sueros, poemas huecos de lloriqueo o de bravuras tontas, estatuas estúpidas de otros hombres con su ridícula vestimenta en mármol, bibliotecas con millares de libros en que se simula saber o se simula expresar, con extensas argumentaciones sobre los orígenes, el tiempo, el espacio, la causa, o con extensas novelas y dramas en que todo lo falsean y desfiguran… casi no espero el amor. En lo íntimo, la aspiración de todo varón es ser un longevo. Su conversación eterna es de cúanto ha vivido y cúanto puede vivir todavía. Que el hombre que me llegue a hablar de amor tenga esa mirada de hambre y felicidad de vivir, de sumar días, ¡qué horrible me sería! ¡Cómo brillan los ojos de los hombres! Temo a veces que todo ese brillo no es más que para el afán de vivir. Procuro no mirarles los ojos.

Mujeres entre flores (Macedonio Fernández, página 161, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)
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El neceser de la ociosidad

Me gusta lo difícil; nada más difícil que el ocio; me gusta el ocio. Pero estoy despectivamente sospechado de trabajar, o al menos de ejecutar un ocio perezosamente ensayado. Hay que serlo y parecerlo; sólo se cree en el del rico, porque se ve su abrumador utilaje, el peso de su complicado y enrevesado palacio, donde el obtener un vaso de agua requiere el zapateo atropellado de cuatro escaleras, dos ascensores, tres campanillas triples, una airada reprimenda del mayordomo a tres mucamos y de la señora al mayordomo.
El desocupado se quejó de exceso de horario, pero antes lo había hecho el rico pensando en el obligado Mar del Plata, el viaje a Europa, los conferencistas, el tedio del largo abono al Colón, el hospedaje al príncipe, la confección de gauchos para la exhibición de la estancia, las menudas interminables «cuentas» del administrador.
Para que mi ocio sea creído, no viéndoseme en las fatigas del rico pues al pobre nadie se toma el trabajo de creerle su ocio-daré pronto un gran volumen que tiene ya nacido el Título (el mejor título, el esperado, es decir el de prometer libro) y algo del cuerpo; tengo ya clientela hecha para mis promesas de obras, no sólo porque las cumplo con volver a prometerlas sino porque no las cumplo de otro modo y mi descansada clientela sólo en mí halló este descanso, y no se me va. Se estudiará en él: «El utilaje del desocupado», «El neceser del escruchante», «Dónde está y dónde no está el Ocio», «Dónde no ver trabajar», «El maniquí para homicidios», «La corbata del ahorcado».
Con estos datos ya se ve que puédese anunciar con confianza mis estudios; no fallará su incumplimiento.

El neceser de la ociosidad (Macedonio Fernández, página 127, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)
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El zapallo que se hizo cosmos (cuento del crecimiento)

Dedicado al señor Decano de una Facultad de Agronomía. ¿Le pondré «doctor»? A lo mejor es abogado.

El zapallo que se hizo cosmos (Macedonio Fernández, página 53, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)