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Mujeres entre flores

-Pero ¿aman los hombres? ¿Es posible que amen con ese afán infantil de vivir que los domina, con esa cara de miedo de morir que es el rasgo repulsivo en la expresión del varón? NO detengais un momento la mirada, la simpatía en rostro de hombre que exprese esa severidad a la vida, ese horror de cesar de existir, ese embebecimiento on todos los juguetes y modos minúsculos de la vida. Cuando pienso que puede aparecérseme el amor, la apariencia del amor, en un hombre fuerte, noble, desaposionado, y que es verdad no tiene más pasión que la de sostenerse vivo el mayor número de semanas posible y ocuparlas en llenar la vida de alambres, locomotoras, conciertos sinfónicos, sueros, poemas huecos de lloriqueo o de bravuras tontas, estatuas estúpidas de otros hombres con su ridícula vestimenta en mármol, bibliotecas con millares de libros en que se simula saber o se simula expresar, con extensas argumentaciones sobre los orígenes, el tiempo, el espacio, la causa, o con extensas novelas y dramas en que todo lo falsean y desfiguran… casi no espero el amor. En lo íntimo, la aspiración de todo varón es ser un longevo. Su conversación eterna es de cúanto ha vivido y cúanto puede vivir todavía. Que el hombre que me llegue a hablar de amor tenga esa mirada de hambre y felicidad de vivir, de sumar días, ¡qué horrible me sería! ¡Cómo brillan los ojos de los hombres! Temo a veces que todo ese brillo no es más que para el afán de vivir. Procuro no mirarles los ojos.

Mujeres entre flores (Macedonio Fernández, página 161, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)

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