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Castillos de azúcar sobre los suelos quemados de Cuba – Eduardo Galeano

Desde 1948, Cuba recuperó su cuota para cubrir la tercera parte del mercado norteamericano de azúcar, a precios inferiores a los que recibían los productores de Estados Unidos, pero más altos y más estables que los del mercado internacional. Ya con anterioridad los Estados Unidos habían desgravado las importaciones de azúcar cubana a cambio de privilegios similares concedidos al ingreso de los artículos norteamericanos en Cuba.

Todos estos favores consolidaron la dependencia. “El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno”, había dicho Martí y repitió el Che Guevara en Ia conferencia de la OEA, en Punta del Este, en 1961. La producción era arbitrariamente limitada por las necesidades de Washington. El nivel de 1925, unos cinco millones de toneladas, continuaba siendo el promedio de los años cincuenta: el dictador Fulgencio Batista asaltó el poder, en 1952, en ancas de la mayor zafra hasta entonces conocida, más de siete millones, con la misión de apretar las clavijas, y al año siguiente la producción, obediente a la demanda del norte, cayó a cuatro.

Eduardo Galeano (Las venas abiertas de America Latina, página 93, Editorial Siglo veintiuno, ISBN: 978-987-629-511-6)

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