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El hombre del árbol

Elsa volvió a su casa porque olvidó una carpeta con exámenes que había estado corrigiendo la noche anterior. Solia hacer ambas cosas, llevarse trabajo a su casa y olvidarselo allí. Estacionó su automóvil y se adentró en la casa tan rápidamente que pasó por alto la ausencia del automóvil de su marido. Elsa y Andrés,  trabajaban en la universidad Nacional de San Martin de los Andes como investigadores de geografía. Si bien debían cumplir el mismo horario, Andrés acostumbraba llegar una hora más tarde que Elsa, por eso consideraban indispensable tener cada uno su propio vehículo. Elsa ingresó a su habitación y se asombró de que Andrés no estubiese durmiendo como era su costumbre a esa hora de la mañana. Le fue fácil encontrar la carpeta encima de su mesa de luz, estaba debajo de una pequeña caja de cosméticos y un libro abierto de autoayuda. Levantó la carpeta con prisa y mientras hojeaba los examenes volvió a sentir la sensación de inseguridad que había sufrido la noche anterior, fue difícil para ella decidir que la evaluación de Juan Cruz estaba desaprobada. La falta de tiempo la ayudo a olvidar esa sensación, la noche anterior lo había hecho el sueño. Justo antes de levantar un almohadón marrón que le estorbaba el paso, vio una hoja de papel sobre la mesa de luz de Andrés. Le llamó la atención porque su marido era obsesivo del orden y esa hoja arrugada rompía la armonía que reinaba en la mitad de la habitación que le pertenecía a él. La curiosidad la venció y gateo por encima de la cama para leer la hoja que rezaba lo siguiente: “Pedir perdón es una manifestación de egoísmo. Otra, es la que voy a cometer ahora.”

Elsa se preocupó porque a pesar que estaba acostumbrada al humor ácido de Andrés, nunca lo había expresado por escrito. Recordó que Andrés solía decir que el habla es menos difícil que la escritura.

Antes de terminar de imaginar lo que había sucedido ya estaba en su automóvil camino al mirador del lago. Un lugar ubicado a solo cinco kilómetros del centro de la ciudad al que se accede desde un camino sinuoso de tierra. Tiene un gran playón que los habitantes de la zona y turistas utilizan para contemplar la inmensidad del lago Lacar rodeado de imponentes montañas del cordón de la precordillera.  Era el lugar preferido de la pareja y había muchas razones para que Elsa estuviese segura de encontrar allí a Andrés. Ellos solían tener una peculiar discusión acerca de que accidente geográfico es el mirador del lago. Elsa aseguraba:

-Es una estructura rocosa resistente a la erosión con una pendiente de cien metros de alto que culmina en la costa del lago, está claro que se trata de un acantilado.

Mientras que Andrés se atrevía a decir:

-Este lugar tiene el maravilloso privilegio de ser un mogote tan particular que está a orillas de un lago.

Aunque en el fondo él sabía que Elsa tenía razón, continuaba con su argumento porque la discusión era inofensiva y era algo que le pertenecía a la pareja.

La primera vez que estuvieron juntos en el mirador del lago, Andrés le declaró su amor que consumaron en un apretado Fiat 128 blanco. La última vez, ni siquiera hablaron. Es triste e inexorable el camino del matrimonio, va desde el deseo hasta la rutina. Las parejas que mueren deseándose no son una excepción, simplemente no caminaron lo suficiente.

Elsa tardó diez minutos en llegar a la última curva cerrada antes del mirador, lo que pasó luego de ver una ambulancia, el camión rojo de los bomberos y dos patrulleros viejos, le importó poco. El comisario Martinez le explicó que un ciclista que andaba por el camino de tierra vio como el automóvil caía por el acantilado y se hundía en las frías y azules aguas del Lacar. Iba a ser muy difícil rescatar el cuerpo, en esa zona la profundidad del lago supera los cincuenta metros y se necesitarían costosos equipos y experimentados buzos para lograr tal proeza.

Andrés ya era otra persona, tenía la sensación que tienen los delincuentes cuando no son descubiertos. El miedo se va convirtiendo lentamente en victoria. Escogió escaparse por el largo y angosto país de los crotos del Bepo Ghezzi. Se alejó de San Martin de los andes caminando sobre los durmientes en dirección norte, con tan solo una mochila que tenía ropa, agua y un poco de dinero. La travesía comenzó a pie y le fueron suficiente un par de días para averiguar que aquello narrado por Bepo en su libro, era infinitamente menos cruel que lo que estaba sufriendo. Apenas podía caminar unos kilómetros por día con sus pies húmedos y sus piernas doloridas y ajeadas por los cardos. Fue atacado por perros y ahuyentado a escopetazos por el dueño de un campo que asumió como propio el terreno adyacente a las vías. En un momento de descanso reflexionó que la literatura es muy idealista, casi nunca narra los detalles,  Funes el memorioso fue la excepción. Cuando se aseguró estar lo suficientemente alejado de su ciudad como para que nadie lo reconociera, prosiguió el viaje en ómnibus. En algunos tramos fue llevado por baqueanos de pueblos apostados sobre la ruta 40.

Varias semanas de viaje lo depositaron en Belén, un pequeño pueblo emplazado en el valle semiárido del sur de la provincia de Catamarca. Un anciano que lo encontró cansado y muy sucio errando por su chacra, le ofreció una habitación y comida. Andrés pensó que tenía todo lo que anhelaba y decidió quedarse allí a labrar la tierra del viejo. Atrás había quedado su estresante vida cargada de obligaciones de marido, de padre, de jefe, de investigador prestigioso, de hijo, de hermano, de amigo, de ciudadano ilustre, de socio del club, de deportista, de miembro de una clase media consumidora y mezquina. Pasaron meses de aparente felicidad para Andrés,  el sol encendía la chacra por la mañana y la sombra de las inmensas montañas del valle la apagaban por la tarde, la secuencia era perseverante. Estaba mucho tiempo solo, con el único que hablaba de vez en cuando era con el viejo. Se la pasaba pensando o evitando pensar.  Pronto las conversaciones con su voz interior se tornaron insoportables. Tenía la desgracia y la obligación de tomar los dos roles de esas charlas en voz baja. Al principio quiso evadir las preguntas, pero la voz interior no cesaba de formularlas. Luego probó con mentir, pero los interlocutores se conocían demasiado como para ser creíble. Tuvo la obligación de empezar a contestar preguntas que siempre evito responder. ¿Fui feliz? ¿Soy feliz ahora? ¿Hice feliz a alguien? ¿Alguien dejo de ser feliz por mi culpa? Nadie es capaz de enfrentar semejante cuestionario, indefectiblemente la voz interior triunfó y sumergió a Andrés en una terrible depresión. El viejo lo notó enseguida y le aconsejo que volviera:

-¡Uno es del lugar en donde nace! sentenció.

Andrés aceptó el consejo, el viaje de regreso le pareció más corto, siempre sucede eso. Llegó a San Martin de los Andes durante el alba, lógicamente nadie lo esperaba. No sabía dónde ir, donde acomodarse; como le sucede a alguien que entra a una fiesta a la que no está invitado. Casi de casualidad se encontró frente al cementerio ubicado en el ingreso a la ciudad. Es un parque enorme con abundante vegetación, árboles de diversas especies paradójicamente le dan vida al lugar. Su familia era dueña de una parcela de tierra ubicada al final del cementerio. Recordó que la había elegido él mismo por ser la más barata. Qué sentido tenía pagar un adicional para estar mejor ubicado si ni siquiera lo iba a notar cuando la usase, el recuerdo lo hizo sonreír. Sintió curiosidad por ver si sus familiares le habían respetado su lugar. No se animó a ingresar al cementerio, prefirió rodearlo, caminó por la parte exterior junto al alambrado hasta acercarse al lugar de su tumba, la cerca que formaban un sinfín de altos arbustos de dodoneas color carmesí no lo dejaban ver hacia el interior. Notó que detrás de él había un pino añejo de gran altura, le llamó la atención la gran cantidad de piñas secas que había en sus ramas comparado con las pocas que había en el piso. La forma del árbol era muy particular, su tronco principal tenía medio metro de diámetro y se estrechaba conforme se alejaba del piso. A la altura aproximada de dos metros estaba atravesado transversalmente por otra rama casi del mismo grosor, que primero descendía ligeramente y luego se elevaba formando una curva, como si se tratase de la trompa erguida de un elefante. El resto de las ramas eran notoriamente más pequeñas y no llamaban la atención, servían para sostener las pinochas y piñas que terminaban de darle forma de pino a ese extraño árbol.

Casi sin pensarlo, abrazó el tronco principal y trepo hasta sentarse en la rama curvilínea cuya forma le daba una asombrosa comodidad y lo dejaba ver con claridad el otro lado del cerco donde filas de mármoles blancos apenas sobresalían de una gramilla verde intenso con hojas anchas y acolchonadas. En poco tiempo descubrió que no estaba solo, al pino también lo habitaban los horneros que estaban en la parte baja del árbol, muy cerca de donde se encontraba. Pudo ver al menos dos construcciones terminadas con forma de iglú y del color del barro.   En la parte central del pino observó palomas llamativamente gordas, eran fáciles de ubicar por su sonido característico y contagioso. Pudo presenciar la exclusiva y fugaz forma que tienen de aparearse. En lo más alto había dos chimangos que se paraban en la punta de las ramas más elevadas a vigilar todo el cementerio y se alternaban para hacer vuelos cortos y circulares como marcando en el aire el territorio que les pertenecía. A gran altura y con sus alas desplegadas eran fácilmente confundibles con halcones. En parte por la tranquilidad que transmitía el lugar y en parte por el cansancio, Andrés entró en un sueño profundo que duró varias horas. Cuando despertó estaba sorprendido de lo bien que había descansado y de lo familiar que le resultaba ese lugar, ese pino y esa rama corva.

La primera persona que se acercó a visitar su tumba fue Elsa que llegó sola, se la veía bien de ánimo y un tanto más delgada de lo habitual.  Se agachó a depositar un ramo de flores amarillas junto al mármol que tenía grabado dos fechas y el nombre de Andrés en color negro.  Andrés había esperado y pensado mucho en cómo sería el momento de volver a verla. Imaginó distintos escenarios, variantes de posibles diálogos, reacciones diversas que desencadenaban en historias con finales a veces muy alegres y otros muy dolorosas. Sin embargo, cuando por fin la vio, ¡no hizo nada! Se quedó quieto observándola desde su rama, no tuvo ganas de gritarle ni de abrazarla. Le ganó la resignación.

Los primeros meses lo solían visitar seguido. Iban sus familiares, compañeros de trabajo, amigos y hasta conocidos que nunca quiso.  Elsa cumplía el protocolo de ir una vez por mes, aunque ya no lo hacía sola. Llegaba de la mano de Marcelo, un compañero de trabajo de ambos que tenía buenos modales y siempre mostraba preocupación por la familia de Andrés, en especial por Elsa. A juzgar por las evidencias, la preocupación era sería. Hubo períodos que pasaban días, semanas, meses enteros que nadie lo visitaba, se entristecía un poco hasta que se daba cuenta que cuando estuvo “en vida” solía suceder lo mismo. Una señora rubia de unos cincuenta años llegaba religiosamente todas las mañanas con una rosa blanca y un rosario en sus manos. Permanecía arrodillada en silencio tres o cuatros horas, la escena era desgarradora. Andrés infirió que lloraba a un hijo, no tenía casi dudas porque su imagen representaba la Pena en su expresión más pura y tormentosa.

La vida en el árbol era muy sedentaria. Andrés adoptó una postura placentera que no modificaba casi nunca, recostado sobre la rama de las curvas. Un hornero que le resultaba familiar comenzó a construir su nido en unas de sus piernas, esto acentuó la inmovilidad de Andrés que no quería dañarlo. Con el tiempo notó que le brotaron verrugas marrones en su cara y en sus extremidades. No sentía dolor, estaba muy tranquilo, acaso feliz. Ese era su lugar natural, los pájaros del pino eran su compañía.

Una tarde un niño que visitaba el cementerio con su abuelo miró hacia el pino y dijo:

-Mira abuelo, la rama de ese árbol tiene la forma de una serpiente boa que se comió un hombre.

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¿Maradona o Messi?

¿Maradona o Messi? Maradona.
¿Por qué?  Porque es como preguntar, ¿madre o mujer?, ¿primer o último amor?, ¿rayuela o video juego?, ¿potrero o sintético?
Maradona fue, antes que Messi sea.  Sé es Niño por única vez, como Virgen, como Inocente, como Analfabeto, como Fiel,  como Ignorante, como Muerto (entonces se es Feliz sólo cuando Ignorante y cuando Muerto).
En literatura puede ser diferente, lo escrito es inmortal (de alguna manera atemporal). El azar o la curiosidad del lector permite descubrir primero a Messi que a Maradona.  La pregunta parece más fácil en este arte. ¿Borges o quién? ¿Borges o nadie? Es mi texto, no va a quedar sin respuesta. ¡Es Borges!

El ídolo es singular,  único, el primero; sino nunca lo fue.  Sí fue Maradona, no puede ser nadie más. La pregunta no puede ser ¿Maradona o Messi?, podrá ser Messi y alguien más. La pregunta debería ser: ¿Maradona o Messi?, según Alguien.

El Nono
Carolina del Norte
Diciembre 2013

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Manifestar felicidad tiene menos que ver con la sinceridad que con un anhelo. Un feliz genuino, no repara en asuntos de promoción.

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Teoría fundamental del amor

Existe una capacidad finita de dar amor, cada persona nace con exactamente 100 unidades de amor. Esta cantidad es la que dispone una persona a lo largo de su vida y lamentablemente aún no se ha podido conseguir modificarla a gusto.

Una pareja de primerizos enamorados logra el “amor completo” si se otorga mutuamente sus 100 unidades de amor.

El amor es un recurso no renovable y una vez dado no puede recuperarse. Es tan perverso, que en la mayoría de los casos se concede en forma involuntaria, no siempre se  decide de quien enamorarse. Peor aún es la situación cuando uno se reconoce enamorado, porque no puede decidir voluntariamente cuantas unidades de amor otorgar a su pareja.

El amor es agotable y su efecto positivo o negativo se padece conscientemente, pero su uso parte de una voluntad inconsciente. Aquí surge una contradicción que explica la incapacidad de tantas personas de alcanzar el ansiado amor correspondido.

Una persona tiene capacidad de recibir amor, esta capacidad es infinita (entiéndase  por infinita a recibir las 100 unidades de amor de todas las personas a lo largo de toda la historia de la humanidad). El amor recibido puede clasificarse en “consciente”,  cuando el receptor conoce el amor recibido, y en “inconsciente”, en caso contrario.

Cuando se da amor a una persona que no lo corresponde, la cantidad de amor otorgado se transforma en “desamor”. Los desamores agotan el amor. Al igual que sucede con el amor, se puede recibir desamor sin saberlo y se puede ser consciente de la cantidad de desamor poseído. Una característica importante es que el desamor se mide en la misma unidad que el amor, pero de ninguna manera puede ser utilizado para darlo a una tercer persona.

De la Teoría fundamental del amor se concluye que:

  • El amor es finito.
  • El amor no es renovable.
  • El amor no se puede delegar.
  • La cantidad de amor recibido y otorgado es involuntaria.

Podemos plantear el escenario completo del amor. Existen aproximadamente seis cientos mil millones de unidades de amor (100 unidades de amor x 6.000.000.000 personas).  En un extremo está el caso en que todos los habitantes del mundo aman a la misma persona. En este caso, la única persona que reciba las 100 unidades de amor del amado por todos, obtendrá  el “amor completo”. En el otro extremo, se encuentra el utópico equilibrio perfecto, donde todos los habitantes del mundo se aman en forma completa en el plano consciente. Este último escenario, curiosamente, solo es posible si la cantidad de habitantes del mundo es par.

Diciembre de 2006

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Kindle, Jorge Luis te hubiese llamado «el libro de arena»

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¿Una idea es del primero que la concibió o de todos los que la imaginaron sin saber de la existencia de ella?

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El ser humano tiene la extraña costumbre de abandonar aquello que lo hace feliz.

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¿Cuánto de la importancia de un regalo proviene del objeto y cuánto del que lo regala?

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Sé simple. Siempre hay una manera más fácil de hacer lo difícil.

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Lo que no se puede medir no se puede mejorar.

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Extrañamiento

El extrañamiento es un sentimiento egoísta, se extraña menos al prójimo que al bienestar que él provoca.

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El loco directo

La verdad molesta, y aquel que la dice es tildado de loco.

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Calidad Institucional

La cámara de Diputados del Congreso Nacional Argentino debe seccionar ordinariamente cada miércoles desde el 1 de Marzo al 30 de Noviembre, esto es apróximadamente 32 veces al año.

Los registros de cumplimiento de sus responsabilidades son:

  • 2007: 18 sesiones. Diputado con menos presencias: CORNEJO, Alfredo Víctor de UCR  (3 asitencias)
  • 2008: 22 sesiones. Diputado con menos presencias: BARAGIOLA, Vilma Rosana de UCR  (6 asitencias)
  • 2009: 13 sesiones. Diputado con menos presencias: BARRIONUEVO, José Luis de NACIONAL SINDICAL (2 asitencias)
  • 2010: 18 sesiones. Diputado con menos presencias: KIRCHNER, Néstor Carlos de Frente para la Victoria (2 asitencias)

El período de 4 meses de inactividad por año del cual goza el Congreso Nacional Argentino data de mediados del siglo XIX, cuando los congresales tardaban meses en trasladarse desde las provincias más lejanas hacia Buenos Aires.

Fuentes: 1

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La Felicidad

«Solo aquel que acometió la utópica empresa de ser Feliz entenderá que le puede costar la vida.»

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Recuerdo que esa mañana desperté con un manifiesto dolor estomacal, se lo atribuí al arrepentimiento, la mujer que aún dormía en mi cama delataba la reincidencia a lo que inútilmente había prometido renunciar. Desayunó, yo nunca he podido, la acerqué a su casa y continué hacia la corte sin reparar en despedidas.

El ingreso del juez Vicent Smash a la sala, alteró el tumulto de gente y su consecuente barullo, provocando el orden de lo primero y la extinción de lo segundo. Mi lugar era privilegiado, ocupaba el sector usualmente reservado para los abogados querellantes. A mi izquierda había un hombre bajo, de ojeras prominentes,  aspecto cansado y mirada perdida. Llevaba saco claro y anteojos negros cuadrados (como los que usan los intelectuales), sus manos esposadas lo identificaban como el acusado. Junto a él un hombre no más alto, sí con evidente menor edad, estaba parado e inquieto, como si la situación lo incomodara. Me distraje pensando si su actitud se debía a la inexperiencia, a pesar de no encontrar respuesta fundamentada a mi inquietud, no dedique mucho tiempo para conjeturarla (el comienzo de un pensamiento puede ser involuntario, felizmente, su culminación no lo es). En diagonal al estrado, completando un semicírculo, detrás de un escritorio de madera clara, estaba sentado el fiscal Wallace; era la primera persona que conocía entre los presentes. Detrás del fiscal en dirección al estrado, unas doce personas sentadas instituían el jurado, en una especie de tribuna.  No me detuve a analizar a ninguno, salvo a un viejo alto que tenía algo de granjero y de marinero. Su barba blanca le tapaba el pecho y me recordaba una catarata furiosa, su pipa encendida se burlaba de la prohibición exhibida en el cartel sobre su cabeza.

Cortando el silencio, dirigiendo su voz y su mirada a Alberto Riestra, el juez afirmó:

-Está usted acusado de irrumpir e incendiar un edificio público.

La noche del 29 de febrero de 2004, como era su costumbre, Alberto Riestra permaneció dentro de la Biblioteca Nacional de Texas pasado su horario de cierre de las 20:00 hs. Ciento cincuenta mililitros de somnífero en el café del viejo sereno fueron suficientes para iniciar su cometido. Con extraordinaria tranquilidad, ingresó a la sala principal de techo menos alto que los enormes ventanales pretendían aparentar y repitiendo el mismo camino que surcaba todos los días, atravesó trasversalmente la sala para dirigirse al sexto pasillo donde dormían los ejemplares de sociología. Cada pasillo tiene paredes simétricas de libros, como ladrillos móviles, sostenidos por imponentes anaqueles que tocan el piso y el cielorraso y albergan libros de una única temática, exactamente tres mil cuarenta libros por pared (dato que nunca pude verificar). Ayudado por una escalera metálica, removió los libros más altos y terminó de vaciar por completo los anaqueles hasta formar una inmensa montaña de seis mil ochenta ejemplares. Con mucha serenidad roció de alcohol la montaña de libros y le dio fuego, cuidando de dañar solo lo planificado. Finalmente, se sentó a leer The First Emperor of China de Frances Wood a la luz de las llamas y esperó que lo arrestaran.

-¿Se considera usted, culpable o inocente del delito que se le acusa?

-¡Culpable!. Respondió Alberto Riestra y sin dejar que el juez prosiguiera, respiró ruidosamente, reacomodó sus anteojos y esgrimió una confesión conmovedora, a caso la más pura y profunda que haya oído en toda mi vida. Una declaración inapelable y convincente como el reto de un padre a su hijo,  que lo desnudó lentamente hasta dejar al descubierto el ruego de su alma. Ese hombre pequeño predicó audazmente su mandamiento, su tautología. La atención de todos los presentes fue tan absoluta que no puedo precisar cuánto tiempo transcurrió. Cada palabra disparada a su debido tiempo avanzaba como una daga atravesando la muda sala y erizando pieles a su paso. Las palabras ocupaban el ambiente y formaban una atmósfera tan densa, que un simple estornudo hubiera podido rajar. Su discurso era una sinfonía de términos minuciosamente ordenados, como si hubiesen sido creados únicamente para formar parte de esa bellísima secuencia. Los silencios no escapaban a esa perfección, aparecían allí para dejarnos respirar, para que siguiéramos siendo testigos de tal cruel e inobjetable verdad. Comenzó sentado, no recuerdo exactamente en qué momento se paró para mirarnos a los ojos simultáneamente a todos. Ya no solo su voz, también su presencia habían colmado la sala entera. Lo sentí omnipotente.

El dolor estomacal que no cesaba pero había cambiado su causante, en ese momento era el hambre, no impidió que viniera a mi mente la investigación periodística que realicé sobre Alberto Riestra, tarea que suelo realizar antes de cubrir un caso policial. Nacido en Sudamérica, facultado en Ciencias Exactas, doctorado en sociología, dedicó una de sus cuatro décadas de vida a investigaciones y era dueño de reconocimientos académicos internacionales. Entre las cosas que más me sorprendieron de su biografía, destaco un alto coeficiente intelectual y un particular afán por la justicia social, que lo llevaron a estudiar obsesivamente el lugar donde le tocó nacer: la sociedad. En marzo de 2002, abandonó estrepitosamente sus hábitos, para radicarse en Texas y dedicarse a la literatura.

Conjeturé que a mi izquierda había un hombre cercano a un genio. Los genios lo son, por saber focalizar su condición. Alberto Riestra dominaba las ciencias exactas, estudió las humanas y éstas últimas mataron al genio. A pesar que había finalizado su discurso, las palabras de Riestra permanecían en el lugar para extorsionar al jurado. Recorriéndolas por orden de antigüedad era posible reconstruir la inolvidable declaración. Estaban allí con el fin de revivir el pedido de felicidad de una persona agotada de la vida. Un ser entregado a sus convicciones hasta el hartazgo, que conocía en detalle cada uno de los caminos ideados para ajusticiar las sociedades y también conocía sus irremediables finales. Comprendió que la felicidad está no menos cerca de la sabiduría que de la ignorancia. Necesitaba que la enmarañada sociedad aceptara su necesidad de ignorar – aún ignoramos el destino ulterior a la muerte -.

Nunca olvidaré su última frase de aquel día: “Con mi acto he matado a Durkheim y a Weber, al socialismo basado en Marx y Engels,  al liberalismo de Locke, a los intentos nacionalistas de Mussolini y Hitler, a los libertarios seguidores de Proudhon; son estériles sus recetas, la historia de la humanidad las encarnó para demostrarlo. Señor juez, no soy capaz de darme muerte, le rogaría que su condena lo haga. Sé que su ley no lo permite, por eso lo he matado a usted también. ¡Quiero ser feliz!”

Cinco o seis semanas habían transcurrido y me encontraba en el mismo lugar, aunque casi todo había mutado: mi rol de cronista por testigo, el dolor estomacal por olvido, el juez Vicent Smash por el juez Paul Jash, los doce integrantes del jurado por doce nuevos integrantes, el fiscal Wallace por un desconocido, las palabras de Alfredo Riestra por vacío. Lo único que permanecía inalterado era la sala del juzgado, con esa frialdad que tienen las obras civiles para albergar eventos irrepetibles y permanecer indiferentes a ellos; el Arc de Triomphe de Champs-Élysées se comportó igual durante los festejos Napoleónicos del siglo XIX, que cuando un turista anónimo lo fotografió la semana pasada.

-¿Jura decir la verdad? La pregunta del juez Paul Jash con voz intimidante provocó que mi angustia no se profundice.

-Si juro. Contesté, cerrando un protocolo que nadie atiende, mientras pensaba cuál sería la reacción de mi interrogador ante una respuesta negativa. Rápidamente retorné al estado anterior, que hacía cinco o seis semanas no dejaba de perturbarme. En algún momento un abogado me refirió una pregunta que no recuerdo, a la que contesté:

-No tengo pruebas para asegurar que Alberto Riestra envenenó al juez Vicent Smash. Lo que sí puedo asegurar es que cada uno de los presentes en aquel juicio, cumplimos el papel que debíamos cumplir. Dudo que nuestra existencia pueda justificarse mejor con otra razón que no sea la de ser actores de esa obra superior.

Giré mi cabeza, Alberto Riestra estaba parado contra una pared lateral, lo sujetaban de sus brazos sendos policías vestidos de azul, no llevaba anteojos y lucía un mameluco anaranjado. Me miró fijamente durante unos segundos hasta que cortó su mirada profunda con una sonrisa incipiente, su felicidad era inminente.

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Números

El cometido de Robin Hood

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  • En 2009 el país con mejor índice de distribución del ingreso per cápita del mundo fue Suecia, con un valor de 0,23.

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  • En 2009 el índice de distribución del ingreso per cápita de Argentina fue de 0,45.

coeficiente de gini Argentina

El Coeficiente de Gini es el indicador más utilizado para medir la desigualdad del ingreso en una sociedad, especialmente a través del ingreso per cápita familiar. Varía entre cero -situación ideal en la que todos los individuos o familias de una comunidad tienen el mismo ingreso- y uno, valor al que tiende cuando los ingresos se concentran en unos pocos hogares o individuos.
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coeficiente de gini Venezuelacoeficiente de gini Uruguaycoeficiente de gini Chilecoeficiente de gini Brasil

Fuentes: 1 / 2