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La Muerte y la Brújula – Los Mejores Cuentos Policiales. Vol. II

En el segundo piso, en el último, la casa pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad.
Jorge Luis Borges (La muerte y la Brújula, ubicación 4116, versión libro electrónico)
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El sur

Por fin mis ojos ciegos dejan de ver
y la gota que cae en la clepsidra,
cae para siempre.

Por fin el tiempo se vuelve tiempo
y el laberinto se desvanece.

Ya no hay soledad ni tinieblas ni libros.
Ahora soy esa palabra ejecutada hace tiempo,
esa palabra que por fin me hace infinito.

Ahora soy el fue y el será y el es cansado de Quevedo.

Soy ese tigre y todos los tigres,
y Macedonio Fernández y Cansinos Assens.
Y el espejo inútil.

Por fin, soy esa espada de silencio que me va callando.

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Juan Muraña

No sé cuanto duró esa zozobra. Una vez, tu finado padre nos dijo que no se puede medir el tiempo por días, como el dinero por centavos o pesos, porque los pesos son iguales y cada día es distinto y tal vez cada hora. No comprendí muy bien lo que decía, pero me quedó grabada la frase.

Jorge Luis Borges  (1970, El informe de Brodie, página 138

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El Encuentro

Yo sentía (la frase es de Lugones) el miedo de lo demasiado tarde. No quise mirar el reloj. Para disimular mi soledad de chico entre mayores, apuré sin agrado una copa o dos.

Jorge Luis Borges  (1970, El informe de Brodie, página 127, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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El indigno

La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola.

Jorge Luis Borges  (1970, El informe de Brodie, página 114, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)

Minetras dura el arrepentimiento dura la culpa

Jorge Luis Borges  (1970, El informe de Brodie, página 114, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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El Etnógrafo

Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, la aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía.

Jorge Luis Borges  (1969, Elogio de la sombra, página 55, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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Alguien

Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur
de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo, Obras Completas 7, pagina 200, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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A quien está leyéndome

Eres invulnerable. ¿No te han dado
los números que rigen tu destino
certidumbre de polvo? ¿No es acaso
tu irreversible tiempo el de aquel río

en cuyo espejo Heráclito vio el símbolo
de su fugacidad? Te espera el mármol
que no leerás. En él ya están escritos
la fecha, la ciudad y el epitafio.

Sueños del tiempo son también los otros,
no firme bronce ni acendrado oro;
el universo es, como tú, Proteo.

Sombra, irás a la sombra que te aguarda
fatal en el confín de tu jornada;
piensa que de algún modo ya estás muerto.

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo, Obras Completas 7, pagina 200, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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La Noche Cíclica

En edades futuras oprimirá el centauro
Con el casco solípedo el pecho del lapita;
Cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita
Noche de su palacio fétido el minotauro.

Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.
La mano que esto escribe renacerá del mismo
Vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo.
(David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa.)

No sé si volveremos en un ciclo segundo
Como vuelven las cifras de una fracción periódica;
Pero sé que una oscura rotación pitagórica
Noche a noche me deja en un lugar del mundo.

Que es de los arrabales. Una esquina remota
Que puede ser del norte, del sur o del oeste,
Pero que tiene siempre una tapia celeste,
Una higuera sombría y una vereda rota.

Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres
Trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
Esta rosa apagada, esta vana madeja
pe calles que repiten los pretéritos nombres

De mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez…
Noiñbres en que retumban (ya secretas) las dianas,
Las repúblicas, los caballos y las mañanas,
Las felices victorias, las muertes militares.

Las plazas agravadas por la noche sin dueño
Son los patios profundos de un árido palacio
Y las calles unánimes que engendran el espacio
Son corredores de vago miedo y de sueño.

Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
Vuelve a mi carne humana la eternidad constante
Y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
«Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras…»

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo, Obras Completas 7, páginas 127-128, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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Two English Poems

I offer you lean streets, desperate sunsets, the
moon of the jagged suburbs.
I offer you the bitterness of a man who has looked
long and long at the lonely moon.
I offer you my ancestors, my dead men, the ghosts
that living men have honoured in bronze:
my father’s father killed in the frontier of
Buenos Aires, two bullets through his lungs,
bearded and dead, wrapped by his soldiers in
the hide of a cow; my mother’s grandfather
–just twentyfour– heading a charge of
three hundred men in Peru, now ghosts on
vanished horses.
I offer you whatever insight my books may hold,
whatever manliness or humour my life.
I offer you the loyalty of a man who has never
been loyal.
I offer you that kernel of myself that I have saved,
somehow –the central heart that deals not
in words, traffics not with dreams, and is
untouched by time, by joy, by adversities.
I offer you the memory of a yellow rose seen at
sunset, years before you were born.
I offer you explanations of yourself, theories about
yourself, authentic and surprising news of
yourself.
I can give you my loneliness, my darkness, the
hunger of my heart; I am trying to bribe you
with uncertainty, with danger, with defeat.

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo, Obras Completas 7, páginas 125-126, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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El otro, el mismo – Prólogo

Este libro no es otra cosa que una compilación. Las piezas fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. De ahí las previsibles monotonías, la repetición de palabras y tal vez de líneas enteras. En su cenáculo de la calle Victoria, el escrítor -llamémoslo así- Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variacíones mínimas. Lamento haberle contestado que él era no menos bínario, salvo que en su caso particular la versión primera era de otro.

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo – Prólogo, Obras Completas 7, página 117, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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El Hacedor – Epílogo

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

El Hacedor – Epílogo (Jorge Luis Borges, páginas 114, editorial Sudamericana, ISBN: 978-950-07-3497-4)
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Borges y la física cuántica

El caso más llamativo de anticipo literario de una idea científica es el cuento «El jardín de los senderos que se bifurcan», donde Borges se anticipa a una teoría de la física de un modo tan literal que no deja de asombrarme. Según la teoría de la mecánica cuántica (junto con la relatividad, una de las teorías más revolucionarias del siglo XX), las partículas microscópicas adolecen de una llamativa esquizofrenia: pueden estar simultáneamente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa con algún detector. La teoría anticipa la probabilidad de encontrar la partícula en un lugar dado. Ahora bien, ¿mediante qué mecanismo la partícula «elige» el lugar donde será detectada? Esta pregunta resume el llamado «problema de la medición», irresuelto  hasta hoy. La única salida coherente es la llamada «Interpretación de los muchos mundos», que el físico Hugh Everett III publicó (con otro nombre) en 1957. Según esta teoría, en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible. Pero el primero en concebir universos paralelos que se multiplican no fue Everett sino Borges. En «El jardín de los senderos que se bifurcan» publicado en 1942.

Los dos autores presentan la idea central de maneras llamativamente parecidas. En la sección 5 del artículo original, Everett sostiene:

La «trayectoria» de las configuraciones de la memoria de un observador que realiza una serie de mediciones no es una secuencia lineal de configuraciones de la memoria sino un árbol que se ramifica, con todos los resultados posibles que existen simultáneamente.

Y en «El jardín de los senderos que se bifurcan», Borges dice:

En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pën, opta -simultanemaente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.

Alberto Rojo (Borges y la física cuántica, páginas 12,13 y 26, editorial siglo veintiuno, ISBN: 978-987-629-265-8)
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Borges: Develaciones

…el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y (paradójicamente) es una de las pruebas que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado.

.

Ni la venganza ni el perdón ni las cárceles ni siquiera el olvido pueden modificar el invulnerable pasado.


Félix della Paolera (Borges: Develaciones, página 27, Fundación E. Costantini: ISBN 987-97677)
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La pertpetua carrera de Aquiles y la Tortuga

Recordemos, ahora, la paradoja de Zenón de Elea, discípulo de Parménides.
Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da una ventaja de diez metros. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro: Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga corre un milímetro; Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo de milimetro y así infinitamente, sin alcanzarla…

La paradoja de Zenón de Elea, según indicó James, es atentatoria no solamente a la realidad del espacio, sino a la más invulnerable y fina del tiempo. Agrego que la existencia en un cuerpo físico, la permanencia inmóvil, la fluencia de una tarde en la vida, se alarman de aventurar por ella. Esa descomposición, es mediante la sola palabra ‘infinito’, palabra (y después concepto) de zozobra que hemos engendrado con temeridad y que una vez consentida en un pensamiento, estalla y lo mata. (Hay otros escarmientos antiguos contra el comercio de tan alevosa palabra: hay la leyenda china del cetro de los reyes Liang, que era disminuido en una mitad por cada nuevo rey: el cetro, mutilado por dinastías, persiste aún). Mi opinión, después de las calificadísimas que he presentado, corre el doble riesgo de parecer impertinente y trivial. La formularé, sin embargo: Zenón es incontestable, salvo que confesemos la idealidad del espacio y del tiempo. Aceptemos el idealismo, aceptemos el crecimiento concreto de lo percibido, y eludiremos la pululación de abismos de la paradoja.
¿Tocar a nuestro concepto del universo, por ese pedecito de tieniebla griega?, interrogará mi lector.

Jorge Luis Borges (1932, Discusión, Obras Completas III, página 273, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3492-9)