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El otro, el mismo – Prólogo

Este libro no es otra cosa que una compilación. Las piezas fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. De ahí las previsibles monotonías, la repetición de palabras y tal vez de líneas enteras. En su cenáculo de la calle Victoria, el escrítor -llamémoslo así- Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variacíones mínimas. Lamento haberle contestado que él era no menos bínario, salvo que en su caso particular la versión primera era de otro.

Jorge Luis Borges (1964, El otro, el mismo – Prólogo, Obras Completas 7, página 117, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
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El Hacedor – Epílogo

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

El Hacedor – Epílogo (Jorge Luis Borges, páginas 114, editorial Sudamericana, ISBN: 978-950-07-3497-4)
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Mujeres entre flores

-Pero ¿aman los hombres? ¿Es posible que amen con ese afán infantil de vivir que los domina, con esa cara de miedo de morir que es el rasgo repulsivo en la expresión del varón? NO detengais un momento la mirada, la simpatía en rostro de hombre que exprese esa severidad a la vida, ese horror de cesar de existir, ese embebecimiento on todos los juguetes y modos minúsculos de la vida. Cuando pienso que puede aparecérseme el amor, la apariencia del amor, en un hombre fuerte, noble, desaposionado, y que es verdad no tiene más pasión que la de sostenerse vivo el mayor número de semanas posible y ocuparlas en llenar la vida de alambres, locomotoras, conciertos sinfónicos, sueros, poemas huecos de lloriqueo o de bravuras tontas, estatuas estúpidas de otros hombres con su ridícula vestimenta en mármol, bibliotecas con millares de libros en que se simula saber o se simula expresar, con extensas argumentaciones sobre los orígenes, el tiempo, el espacio, la causa, o con extensas novelas y dramas en que todo lo falsean y desfiguran… casi no espero el amor. En lo íntimo, la aspiración de todo varón es ser un longevo. Su conversación eterna es de cúanto ha vivido y cúanto puede vivir todavía. Que el hombre que me llegue a hablar de amor tenga esa mirada de hambre y felicidad de vivir, de sumar días, ¡qué horrible me sería! ¡Cómo brillan los ojos de los hombres! Temo a veces que todo ese brillo no es más que para el afán de vivir. Procuro no mirarles los ojos.

Mujeres entre flores (Macedonio Fernández, página 161, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)
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El neceser de la ociosidad

Me gusta lo difícil; nada más difícil que el ocio; me gusta el ocio. Pero estoy despectivamente sospechado de trabajar, o al menos de ejecutar un ocio perezosamente ensayado. Hay que serlo y parecerlo; sólo se cree en el del rico, porque se ve su abrumador utilaje, el peso de su complicado y enrevesado palacio, donde el obtener un vaso de agua requiere el zapateo atropellado de cuatro escaleras, dos ascensores, tres campanillas triples, una airada reprimenda del mayordomo a tres mucamos y de la señora al mayordomo.
El desocupado se quejó de exceso de horario, pero antes lo había hecho el rico pensando en el obligado Mar del Plata, el viaje a Europa, los conferencistas, el tedio del largo abono al Colón, el hospedaje al príncipe, la confección de gauchos para la exhibición de la estancia, las menudas interminables «cuentas» del administrador.
Para que mi ocio sea creído, no viéndoseme en las fatigas del rico pues al pobre nadie se toma el trabajo de creerle su ocio-daré pronto un gran volumen que tiene ya nacido el Título (el mejor título, el esperado, es decir el de prometer libro) y algo del cuerpo; tengo ya clientela hecha para mis promesas de obras, no sólo porque las cumplo con volver a prometerlas sino porque no las cumplo de otro modo y mi descansada clientela sólo en mí halló este descanso, y no se me va. Se estudiará en él: «El utilaje del desocupado», «El neceser del escruchante», «Dónde está y dónde no está el Ocio», «Dónde no ver trabajar», «El maniquí para homicidios», «La corbata del ahorcado».
Con estos datos ya se ve que puédese anunciar con confianza mis estudios; no fallará su incumplimiento.

El neceser de la ociosidad (Macedonio Fernández, página 127, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)
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El zapallo que se hizo cosmos (cuento del crecimiento)

Dedicado al señor Decano de una Facultad de Agronomía. ¿Le pondré «doctor»? A lo mejor es abogado.

El zapallo que se hizo cosmos (Macedonio Fernández, página 53, editorial Corregidor, ISBN: 978-950-05-1181-0)
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El Entierro Prematuro

Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay!, la torva legión de los terrores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compañía Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorarán…, hay que permitirles que duerman, o pereceremos.

El Entierro Prematuro (Edgar Allan Poe, página 51, editorial planeta, ISBN: 978-987-07-1661-7)
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La Carta Robada

Un novato tratará de vencer haciéndole buscar a sus adversarios los nombres escritos con las letras más pequeñas; pero el jugador experto escogerá las palabras que con grandes caracteres, suelen atravesar el mapa. Así sucede con los anuncios y carteles que en las calles tienen letras enormes, y que escapan a nuestra observación por ser precisamente muy notables. La inadvertencia física del ojo es similar a la percepción mental, por lo que a menudo, al intelecto le pasan desapercibidas consideraciones demasiado evidentes. Este concepto parece ajeno a la comprensión del prefecto. Jamás se le ocurrió que el ministro hubiese dejado la carta expuesta a las naríces de todo el mundo, precisamente para impedir que le vieran.

La Carta Robada (Edgar Allan Poe, página 23, editorial planeta, ISBN: 978-987-07-1661-7)
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El club de los suicidas

Todos los he probado, amigo mío -dijo apoyando su mano en el brazo de Geraldine-, todos sin excepción, y puedo dar mi palabra de honor de que todos son fáciles de vencer. Dicen que el amor es una pasión violenta y yo lo niego. La pasión que proporciona más intensas emociones es el miedo; con él se debe jugar, si se quiere disfrutar de los verdaderos goces del vivir. ¡Envídiame! ¡Envídiame a mí, Mr. Hammersmith, porque yo soy un cobarde!

Robert Louis Stevenson (El club de los suicidas, página 60, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1660-0)
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El diablo en la botella

… la flecha también hiende el aire con rapidez, y la bala de un rifle es aún más veloz; sin embargo, ambas alcanzan el blanco.

Robert Louis Stevenson (El diablo en la botella, página 22, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1660-0)
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Noches Blancas

¡Oh, no, Nástenka, eso no lo haré yo nunca, nunca! ¡Que tu vida sea dichosa y tan clara y gustosa cual tu dulce sonrisa, y bendita seas por el momento de ventura y de felicidad que diste a otro corazón solitario y agradecido!.
¡Dios mío! ¡Todo un momento de felicidad! Si, ¿no es eso bastante para colmar una vida? …

Fédor Dostoievski (Noches Blancas, página 86, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1662-4)
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La Nariz

La alegría de un primer momento deja de ser tan viva a los dos minutos; al tercero decrece más aún y por fin, se evapora y se cae en el estado de ánimo habitual, tal como el círculo que una piedra forma en el agua termina diluyéndose en la superficie plana.

Nokolái Gogol (La Nariz, página 75, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1665-5)
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El Capote

También puede ser que ni siquiera pensara esto, pues es imposible penetrar en el alma de un hombre y averiguar todo cuanto piensa.

Nokolái Gogol (El Capote, página 39, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1665-5)
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El paraíso de los ladrones – La venganza de la estatua y otros cuentos

Harrogate cuenta con millones en sus bancos, y yo cuento con…, un agujero en mi bolsillo. Pero tú seguramente no osarías afirmar que él es más despierto que yo, o más osado, o que tiene más energía vital. No es inteligente; sus ojos parecen botones azules. No posee tampoco energía; se desplaza de una a otra silla como un paralítico. Es un concienzudo y cordial cabeza de alcornoque que, eso sí, ha acumulado su buen dinero, pero solo porque lo colecciona, del mismo modo en que un chiquillo colecciona estampillas. Tú eres sumamente inteligente, Ezza. No cuajarás a su lado. Para ser tan inteligente como para conseguir todo ese dinero, uno debe a la vez ser lo necesariamente estúpido como para desearlo.

G. K. Chesterton (El paraíso de los ladrones – La venganza de la estatua y otros cuentos, página 59, editorial Planeta, ISBN: 978-987-07-1670-9)
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El Intérprete Griego – El regreso de Sherlock Holmes

-Mi querido Watson – dijo- no puedo estar de acuerdo con aquellos que sitúan la modestia entre las virtudes. Para el lógico, todas las cosas deberían ser vistas exactamente como son, y subestimarse es algo tan alejado de la verdad como exagerar las propias facultades.

Arthur Conan Doyle (1903, El Intérprete Griego – El regreso de Sherlock Holmes, versión libro electrónico, ubicación 19394)
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La corona de berilos – Las aventuras de Sherlock Holmes

Una vieja máxima mía dice que, cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, por muy improbable que parezca, tiene que ser la verdad.

Arthur Conan Doyle (1892, La corona de berilos – Las aventuras de Sherlock Holmes, versión libro electrónico, ubicación 16707)