En algún período de la Historia, un viajero solitario entendió que un minuto de pereza es menos extenso que uno de adrenalina. Viajó, viajó y continuó viajando. Por cada lugar o persona que recorría, más prolongaba su vida «¿Qué soy, más que una acumulación de experiencias?», pensó.
Se cree que el viajero solitario avanza y retrocede a voluntad, harto de respetar la direccionalidad del Tiempo.