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La Semana Santa de los Indios termina sin Resurrección – Eduardo Galeano

Los turistas adoran fotografiar a los indígenas del altiplano vestidos con sus ropas típicas. Pero ignoran que la actual vestimenta indígena fue impuesta por Carlos III a fines del siglo XVIII. Los trajes femeninos que los españoles obligaron a usar a las indígenas eran calcados de los vestidos regionales de las labradoras extremeñas, andaluzas y vascas, y otro tanto ocurre con el peinado de las indias, raya al medio, impuesto por el virrey Toledo.

No sucede lo mismo, en cambio, con el consumo de coca, que no nació con los españoles; ya existía en tiempos de los incas. La coca se distribuía, sin embargo, con mesura; el gobierno incaico la monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las minas. Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio.

En el siglo XVI se gastaba tanto, en Potosí, en ropa europea para los opresores como en coca para los oprimidos. Cuatrocientos mercaderes españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí entraban anualmente den mil cestos, con un millón de kilos de hojas de coca. La Iglesia extraía impuestos a la droga. El inca Garcilaso de la Vega nos dice, en sus «comentarios reales», que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca, y que el transporte y la venta de este producto enriquecían a muchos españoles.

Con las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida: masticándolas, podían soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas. Además de la coca, los indígenas consumían aguardiente, y sus propietarios se quejaban de la propagación de los «vicios maléficos».

A esta altura del siglo veinte, los indígenas de Potosí continúan masticando coca para matar el hambre y matarse y siguen quemándose las tripas con alcohol puro. Son las estériles revanchas de los condenados. En las minas bolivianas, los obreros llaman todavía mita a su salario.

Eduardo Galeano (Las venas abiertas de America Latina, página 68, Editorial Siglo veintiuno, ISBN: 978-987-629-511-6)
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España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche – Eduardo Galeano

Entre 1545 y 1558 se descubrieron las fértiles minas de plata de Potosí, en la actual Bolivia, y las de Zacatecas y Guanajuato en México; el proceso de amalgama con mercurio, que hizo posible la explotación de plata de ley más baja, empezó a aplicarse en ese mismo período. El «rush» de la plata eclipsó rápidamente a la minería de oro. A mediados del siglo xvII la plata abarcaba más del 99 por ciento de las exportaciones minerales de la América hispánica 20.
América era, por entonces, una vasta bocamina centrada, sobre todo, en Potosí. Algunos escritores bolivianos, inflamados de excesivo entusiasmo, afirman que en tres siglos España recibió suficiente metal de Potosí como para tender un puente de plata desde la cumbre del cerro hasta la puerta del palacio real al otro lado del océano. La imagen es, sin duda, obra de fantasía, pero de cualquier manera alude a una realidad que, en efecto, parece inventada: el flujo de la plata alcanzó dimensiones gigantescas. La cuantiosa exportación clandestina de plata americana, que se evadía de contrabando rumbo a las Filipinas, a la China y a la propia España, no figura en los cálculos de Earl J. Hamilton 21, quien a partir de los datos obtenidos en la Casa de Contratación ofrece, de todos modos, en su conocida obra sobre el tema, cifras asombrosas. Entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España en poco más de un siglo y medio, excedía tres veces el total de las reservas europeas. Y estas cifras, cortas, no incluyen el contrabando.

Eduardo Galeano (Las venas abiertas de America Latina, página 40, Editorial Siglo veintiuno, ISBN: 978-987-629-511-6)
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Las venas abiertas de America Latina – Eduardo Galeano

La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar v le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones Este va no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la Alianza para el Progreso, «hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización…»


Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios. Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el mercado externo dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. «Se ha oído hablar de concesiones hechas por América Latina al capital extranjero, pero no de concesiones hechas por los Estados Unidos al capital de otros países… Es que nosotros no damos concesiones», advertía, allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro: «Un país –decía- es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido». Y tenía razón. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub -América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.

Es América Latina, la región de las venas abiertas.

Eduardo Galeano (Las venas abiertas de America Latina, página 15, Editorial Siglo veintiuno, ISBN: 978-987-629-511-6)
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Pasajes de la Guerra Revolucionaria – Ernesto Che Guevara

En aquellos días se había agravado algo mi asma y la falta de medicina me obligó a una inmovilidad similar a la de los heridos, pude mitigir algo la enfermedad fumando la flor seca de clarín, que es el remedio de la Sierra, …
Ernesto Che Guevara (Pasajes de la Guerra Revolucionaria, página 108, Editora Política, ISBN: 978-959-01-0829-7)

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Puntos de vista

La mira a los ojos, lo mira a los ojos. Ignoran el humectante spray que les escupe la fuente, escondidos entre la muchedumbre que invade los jardines. De fondo el palacio: impecable, imponente,  inmaculado. Abundan las geometrías verdes, abrazadas por flores de colores agradecidas a la primavera. Resaltan las más altas y las tornasoladas. Las últimas, cómplices del Sol, enceguecen.

Ignoran todo, él se acerca, ella quiere que él se acerque. Veleros de madera naufragan encerrados, otros son remolcados por los niños, sus padres matan el tiempo. Un viejo lustra una escultura, las otras no brillan.

Prometieron encontrarse. Pasaron treinta años. Se encontraron. Los atraviesa el perfume a baguette del boulevard Sain Michael. Los atraviesan mariposas. Se escucha Édith Piaf desde lejos.

Ellos no escuchan nada, no dicen nada, no piensan nada, sólo se miran y acercan sus labios temblorosos. Nadie los observa, no se sienten observados. Son una pareja más sentada a la orilla de la fuente. Se sienten únicos: reyes de los jardines.

De golpe la oscuridad y el placer, lo infinitamente esperado. Se besan con los ojos cerrados, para sentirse mejor.

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Me mira a los ojos, lo miro a los ojos. Estoy rodeada de gente desconocida. La cercanía al agua de la fuente me ayuda a menguar el calor. El prolijo y trabajado verde abunda. Hay flores de todas las imaginables.

Él se me acerca, yo no sé si quiero que se acerque. Los padres de los niños, que empujan los barquitos de madera, parecen no prestarles atención. Una señora de sombrero lee a Victor Hugo.

Hace mucho tiempo prometimos encontraron en este lugar. El aroma a Madre Selva, desborda. Escucho música francesa desconocida.

Antes de besarlo, me siento observada. Posado en la rama más extrema de una Santa Rita, el ruiseñor nos mira fijo; parece estar describiéndonos.

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¿De qué sirve ahora?

No hay vez que no me pregunte: ¿De qué sirve ahora?

Decirte cuanto te quiero, decirte que eres importante para mí;  si ya sos ayer.

Encerrarme en este caparazón, creyendo o queriendo creer, que vos lo sabías, que alcanzaba con una caminata de primavera, que no necesitabas escucharlo.

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¿De qué sirve ahora?

Entender que tres “te quiero”, arriba de una balanza secreta, pesan menos que un “te quiero”, dicho mirándote a los ojos.

Ser egoísta, ¡si, ser egoísta! Porque lamentarme, extrañarte, pedirte perdón es egoísmo.

Deshojar el trébol de la culpa, como si no bastase con el daño que mi silencio te causó.

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¿De qué sirve ahora?

Ir sin rumbo, como un pez perdido,  a buscarte no sé a dónde; si hasta para eso me falta coraje.

Gritarle a todo el mundo que te amo.

Si ya estas fría, si ya no sonreís, si ya no hay regreso posible.

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Julio Cortázar acerca de la Música (Rayuela)

… y desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad reaccionaria del Dixieland, la especialización académica en Bix Beiderbecke o el salto a la gran aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los arrepentimientos o las abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de discos o caprichos del momento y toda esa francmasonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientas escuchan Star Dust o When your man is going to put you down , y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí misma, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombres porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 3237, libro electrónico)
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Rayuela – Julio Cortázar

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra.
Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 2186, libro electrónico)

No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 2324, libro electrónico)

– Ya sé que no se gana nada -dijo Gregorovius-. Los recuerdos sólo pueden cambiar el pasado menos interesante.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 3080, libro electrónico)

«Si se me acaba la yerba estoy frito», pensó Oliveira. «Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde.» Estudiaba el comportamiento extraordinario del mate, la respiración de la yerba fragantemente levantada por el agua y que con la succión baja hasta posarse sobre sí misma, perdido todo brillo y todo perfume a menos que un chorrito de agua la estimule de nuevo, pulmón argentino de repuesto para solitarios y tristes. Hacía rato que a Oliveira le importaban las cosas sin importancia, y la ventaja de meditar con la atención fija en el jarrito verde estaba en que a su pérfida inteligencia no se le ocurriría nunca adosarle al jarrito verde nociones tales como las que nefariamente provocan las montañas, la luna, el horizonte, una chica púber, un pájaro o un caballo. «También este matecito podría indicarme un centro», pensaba Oliveira

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 3394, libro electrónico)

Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario…

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 3700, libro electrónico)

Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta en sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 3765, libro electrónico)

– Hay que ser justos- dijo la Maga-. Pola es muy hermosa, lo sé por los ojos con que me miraba Horacio cuando volvía de estar con ella, volvía como un fósforo cuando se lo prende y le crece de golpe todo el pelo, apenas dura un segundo, pero es maravilloso, una especie de chirrido, un olor a fósforo muy fuerte y esa llama enorme que después se estropea. Él volvía así y era porque Pola lo llenaba de hermosura. Yo se lo decía, Ossip, y era justo que se lo dijera. Ya estábamos un poco lejos aunque nos seguíamos queriendo todavía. Esas cosas no suceden de golpe. Pola fue viniendo como el sol en la ventana, yo siempre tengo que pensar en cosas así para saber que estor diciendo la verdad. Entraba de a poco, quitándome la sombra, y Horacio se iba quemando como en la cubierta del barco, se tostaba, era tan feliz.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 4402, libro electrónico)

Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo. Irremisiblemente.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 5572, libro electrónico)

Talita le dió la espalda y fue hacia la puerta. Cuando se detuvo a esperarlo, desconcertada y al mismo tiempo necesitando esperarlo porque alejarse de él en ese instante era como dejarlo caer en el pozo (con cucarachas, con trapos de colores), vio que sonreía y que támpoco la sonrisa era para ella. Nunca lo había visto sonreir así, desventuradamente y a la vez con toda la cara abierta y de frente, sin la ironía habitual, aceptando alguna cosa que debía llegarle desde el centro de la vida, desde ese otro pozo (¿con cucarachas, con trapos de colores, con una cara flotando en un agua sucia?), acercándose a ella en el acto de aceptar esa cosa innominable que lo hacía sonreír. Y tampoco su beso era para ella, no ocurría allí grotescamente al lado de una heladera llena de muertos, a tan poca distancia de Manú durmiendo. Se estaban como alcanzando desde otra parte, con otra parte de sí mismos, y no era de ellos que se trataba, como si estuvieran pagando o cobrando algo por nosotros, como si fueran los golems de un encuentro imposible entre sus dueños. Y los Campos Flegreos, y lo que Horacio había murmurado sobre el descenso, una insensatez tan absoluta que Manú y todo lo que era Manú y estaba en el nivel de Manú no podía participar de la ceremonia, porque lo que empezaba ahí era como la caricia a la paloma, como la idea de levantarse para hacerle una limonada a un guardián, como doblar una pierna y empujar un tejo de la primera a la segunda casilla, de la segunda a la tercera. De alguna manera habian ingresado en otra cosa, en ese algo donde se podía estar de gris y ser de rosa, donde se podía haber muerto ahogada en un río (y eso ya no lo estaba pensando ella) y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acaban de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 5572, libro electrónico)

-Yo estoy vivo -dijo Traveler mirándolo en los ojos-. Estar vivo parece siempre el precio de algo. Y vos no querés pagar nada. Nunca lo quisiste. Una especie de cátaro existencial, un puro. O César o nada, esa clase de tajos radicales. ¿Te creés que no te admiro a mi manera? ¿Te creés que no admiro que no te hayas suicidado? El verdadero doppelgänger sos vos, porque estás como descarnado, sos una voluntad en forma de veleta, ahí arriba. Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan las realidades y los recuerdos de una manera sumamente no-euclidiana.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 7798, libro electrónico)

La gente se cree amiga porque coincide algunas horas por semana en un sofá, una película, a veces una cama, o porque le toca hacer el mismo trabajo en la oficina.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8444, libro electrónico)

(el genio es elegirse genial y acertar)

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8632, libro electrónico)

habían discutido como Arjuna y el Cochero, la acción y la pasividad, las razones de arriesgar el presente por el futuro, la parte de chantaje de toda acción con un fin social, en la medida en que el riesgo corrido sirve por lo menos para paliar la mala conciencia individual, las canallerías personales de todos los días.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8742, libro electrónico)

Las sillas no alcanzan, pero Oliveira trae dos taburetes. Se produce uno de esos silencios comparables, según Gênet, al que observan las gentes bien educadas cuando perciben de pronto, en un salón, el olor de un pedo silencioso.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8806, libro electrónico)

Habituado sin saberlo a los ritmos de la Maga, de pronto un nuevo mar, un diferente oleaje lo arrancaba a los automatismos, lo confrontaba, parecía denunciar oscuramente su soledad enredada de simulacros. Encanto y desencanto de pasar de una boca a otra, de buscar con los ojos cerrados un cuello donde la mano ha dormido recogida, y sentir que la curva es diferente, una base más espesa, no tendón que se crispa brevemente con el esfuerzo de incorporarse para besar o morder. Cada momento de su cuerpo frente a un desencuentro delicioso, tener que alargarse un poco más, o bajar la cabeza para encontrar la boca que antes estaba ahí tan cerca, acariciar una cadera más ceñida, incitar a una réplica y no encontrarla, insistir, distraído, hasta darse cuenta de que todo hay que inventarlo otra vez, que el código no ha sido estatuido, que las claves y las cifras van a nacer de nuevo, serán diferentes, responderán a otra cosa. El peso, el olor, el tono de una risa o de una súplica, los tiempos y las precipitaciones, nada coincide siendo igual, todo nace de nuevo siendo inmortal, el amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora, los senos cantan de otro modo, la boca besa más profundamente o como de lejos, y en un momento donde antes había como
cólera y angustia es ahora el juego puro, el retozo increíble, o al revés, a la hora en que antes se caía en el sueño, el balbuceo de dulces cosas tontas, ahora hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable. Sólo el placer en su aletazo último es el mismo; antes y después el mundo se ha hecho pedazos y hay que nombrarlo de nuevo, dedo por dedo, labio por labio, sombra por sombra.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8832, libro electrónico)

Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como sise pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 8882, libro electrónico)

– No pretendo ningún copyright -dijo Oliveira-. La idea es que la realidad, aceptes la de la Santa Sede, la de René Char o la de Oppenheimer, es siempre una realidad convencional, incompleta y parcelada. La admiración de algunos tipos frente a un microscopio electrónico no me parece más fecunda que la de las porteras por los milagros de Lourdes. Creer en lo que llaman materia, creer en lo que llaman espíritu, vivir en Emmanuel o seguir cursos de Zen, plantearse el destino humano como un problema económico o como un puro absurdo, la lista es larga, la elección múltiple. Pero el mero hecho de que pueda haber elección y que la lista sea larga basta para mostrar que estamos en la prehistoria y en la prehumanidad. No soy optimista, dudo mucho de que alguna vez accedamos a la verdadera historia de la verdadera humanidad. Va a ser difícil llegar al famoso Yonder de Ronald, porque nadie negará que el problema de la realidad tiene que plantearse en términos colectivos, no en la mera salvación de algunos elegidos. Hombres realizados, hombres que han dado el salto fuera del tiempo y se han integrado en una suma, por decirlo así… Sí, supongo que los ha habido y los hay. Pero no basta, yo siento que mi salvación, suponiendo que pudiera alcanzarla, tiene que ser también la salvación de todos, hasta el último de los hombres. Y eso, viejo… Ya no estamos en los campos de Asís, ya no podemos esperar que el ejemplo de un santo siembre la santidad, que cada gurú sea la salvación de todos los discípulos.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 9224, libro electrónico)

-No sé cómo era -dijo Ronald-. No lo sabremos nunca. De ella conocíamos los efectos en los demás. Éramos un poco sus espejos, o ella nuestro espejo. No se puede explicar.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 10483, libro electrónico)

¿Y qué? El hombre es el animal que pregunta. El día en que verdaderamente sepamos preguntar, habrá diálogo. Por ahora las preguntas nos alejan vertiginosamente de las respuestas.

Julio Cortázar (Rayuela, ubicación 10592, libro electrónico)
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La Tregua – Mario Benedetti

La muerte es una tediosa experiencia; para los demás, sobre todo para los demás.
Mario Benedetti (La Tregua, página 40, Editorial Planeta Bolsillo, ISBN: 950-742-797-X)

A mí me cuesta ser cariñoso, inclusive en la vida amorosa. Siempre doy menos de lo que tengo. Mi estilo de querer es ése, un poco reticente, reservando, el máximo sólo para las grandes ocasiones. De modo que si siempre estuviera expresando el máximo ¿qué dejaría para esos momentos (siempre hay cuatro o cinco en cada vida, en cada individuo) en que uno debe apelar el corazón en pleno? También siento un leve resquemor frente a lo cursi, y a mí lo cursi me parece justamente eso: andar siempre con el corazón en la mano. Al que llora todos los días, ¿qué le quda por hacer cuando le toque un gran dolor …?

Mario Benedetti (La Tregua, página 165, Editorial Planeta Bolsillo, ISBN: 950-742-797-X)

Entonces, cuando moví los labios para decir «Murió», entonces vi mi inmunda soledad, eso que había quedado de mí, que era bien poco. Con todo el egoísmo de que disponía, pensé en mí mismo, en el remendado ansioso que ahora pasaba a ser. Pero ésa era, a la vez, la forma más generosa de pensar en ella, la más total de imaginarla a ella. Porque hasta el 23 de setiembre, a las tres de la tarde, yo tenía mucho más de Avellaneda que de mí. Ella había empezado a entrar en mí, a convertirse en mí, como un río que se mezcla demasiado con el mar y al fin se vuelve salado como el mar. Por eso, cuando movía los labios y decía: «Murió», me sentía atravesado, despojado, vacío, sin mérito. Alguien había venido y había decretado: «Despójenlo a este tipo de cuatro quintas partes de su ser». Y me habían despojado. Lo peor de todo es que ese saldo que ahora soy, esa quinta parte de mí mismo en que me he convertido, sigue teniendo conciencia, sin embargo, de su poquedad, de su insignificancia. Me ha quedado una quinta parte de mis buenos propósitos, de mis buenos proyectos, de mis buenas intenciones, pero la quinta parte que me ha quedado de mi lucidez alcanza para darme cuenta de que eso no sirve. La cosa se acabó, sencillamente. No quise ir a su casa, no quise verla muerta, porque era una indecorosa desventaja. Que yo la viera y ella no. Que yo la tocara y ella no. Que yo viviera y ella no. Ella es otra cosa, es el último día, allí puedo tratarla de igual a igual.

Mario Benedetti (La Tregua, página 213, Editorial Planeta Bolsillo, ISBN: 950-742-797-X)
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La recursiva condena de Fortunato Tercero

Bajo el califato de Samuel “el Grande” las leyes eran muy duras. Valía lo mismo robar un borrego de un corral que sustraer las joyas del palacio sagrado, todos los robos eran penados con la muerte. Conocidas las reglas, los ladrones se limitaban a suntuosos botines que justificasen arriesgar sus vidas.

Así fue el caso de Fortunato Tercero: joven, arrogante, heredero de una fortuna, mataba su tiempo embriagándose con licor de granada y maltratando a las mujeres de la servidumbre. Se jactaba de ser miembro de una familia poderosa, aunque la jactancia no le alcanzó para evadir las leyes impuestas por el califa Samuel “el Grande” y fue condenado a muerte por robar pieles o telas a un mercader turco que las traía desde más allá de los confines del califato.

Samuel “el Grande” aborrecía la sangre, por eso había ordenado modificar la tradición de cortar la cabeza del condenado a muerte y colgar su cuerpo en la entrada del palacio sagrado hasta que apareciera la próxima luna llena. Las ejecuciones bajo su gobierno se redujeron al uso de la horca. Creyente que el destino de una persona se forja con sus propias decisiones, ordenó que fuese el propio Fortunato Tercero quien decida su suerte.

El gobernador de los verdugos, siguiendo las órdenes de su califa, obligó a Fortunato Tercero a optar entre morir en la horca o encerrarse a leer una escritura en la sala de los espejos del palacio sagrado, con la condición de permanecer allí hasta finalizar la lectura.

Fiel a su arrogancia, Fortunato Tercero optó precipitadamente por la lectura de la escritura. Deslizó una sonrisa irónica al advertir que la escritura cabía en un papiro del tamaño de su turbante y pensó que solo un necio elegiría morir en la horca en lugar de completar una lectura que no demandaría más tiempo del que tarda un sirviente en limpiar sus zapatos.

Un joven verdugo, que fue castigado por ser infiel a Samuel “el Grande”,  sería el encargado de custodiar la dorada puerta de la sala de los espejos, durante el tiempo que le demandase a Fortunato Tercero cumplir su condena. Samuel “el Grande” fue cuidadoso en indicarle al gobernador que eligiese un verdugo bastante más joven que Fortunato Tercero para garantizar la custodia, por si acaso el encierro se prolongase en el tiempo. Fortunato Tercero creía que el califa era un tonto e imaginaba como llevar a cabo nuevos robos ante una condena de tan fácil cumplimiento.

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Fortunato Tercero pasó cuarenta años leyendo la escritura,  el califato fue heredado por Samuel Segundo “el hijo del Grande”. Hasta que un día Fortunato Tercero abrió la puerta dorada de la sala de los espejos y le rogó a su verdugo que lo colgase. El miedo a la Vejez había vencido al miedo a la Muerte.

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La escritura, que Fortunato Tercero leyó durante cuarenta años para cumplir su condena, rezaba:

“Bajo el califato de Samuel “el Grande” las leyes son muy duras. Vale lo mismo robar un borrego de un corral que sustraer las joyas del palacio sagrado, todos los robos son penados con la muerte.

Soy un vulgar ladrón, indigno de vivir bajo el califato del honorable Samuel “el Grande” y de los califas que lo sucedan. He sido traído a esta sala del palacio sagrado y se me ha entregado la soga que mi verdugo empleará para colgarme.

Nuestro amado califa es benévolo y me permite tomar las decisiones que forjan mi destino. Tengo una nueva oportunidad de decidir mi suerte, debo abrir la puerta de la sala de los espejos y pedirle a mi verdugo que use la soga para colgarme o debo comenzar a leer esta escritura nuevamente.”

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Textos Subrayados

La resistencia – Ernesto Sábato

Ernesto Sábato (La resistencia)
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Literatura

Carta a Enrique Santos Discépolo

Que el mundo fue una porquería en el quinientos seis es algo que pudiste husmear en los libros de historia, pero  ¿cómo supiste lo que sucedería en el dos mil?

Te cuento que el inicio del siglo XXI nos recibe con la mitad de la riqueza del mundo en manos del uno por ciento de la población más rica, y con ochocientos millones de personas con hambre ¿A eso te referías con porquería? O te referías a ¿por qué habiendo tecnología capaz de habitar un planeta extraterrestre, siguen existiendo guerras terrestres? Las guerras de hoy son por dinero o por religión, nada original. Serían más útiles si estuviesen dirigidas al uno por ciento más rico, ¿no te parece?

El siglo XXI también es maldad insolente, el lodo lo preparan los malvados que son los dueños del circo, y nosotros ahí adentro: a veces parados, a veces sucios, a veces revolcados, siempre quejándonos. Aunque lo suficientemente cómodos para no animarnos a salir del lodo, porque algo de placentero tiene, nos protege, nos evita pensar, nos termina encantando ¿Los insolentes? afuera, obvio. Llamarlos insolentes es indultar, son impunes. Nos son sutiles ni para robar. Confunden (y confundimos) prudencia con cobardía, respeto con servilismo, orgullo con vanidad. Son avaros, son el uno por ciento.

Lamento decirte que los inmorales nos han superado,  no en número porque si así fuese la raza humana no existiría. Nos han superado porque ya no es lo mismo ser derecho que traidor, ser ignorante que sabio, ser generoso que estafador, ser burro que gran profesor. Hoy sobran los Stavisky y faltan los San Martin. Unos estamos en el lodo y los otros… son el uno por ciento.

Peco de irrespetuoso y te solicito cambiar una parte de tu cambalache: “¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao!”. Déjame soñar que esta parte puede cambiar, que algún Don Bosco, que algún San Martin no se va a quedar sentado a un lao, que algún honrao se va a levantar y salir del lodo, que va a ordenar este cambalache (o lo va a desordenar a la inversa); que el circo va a cambiar de dueño y que los del uno por ciento besarán el lodo.

Déjame soñar que tu nuevo cambalache va a concluir así: “NO es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata o está fuera de la ley.”

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Números

Contradicción Lógica

Dado,

    p=ley antidespidos
    q=acuerdo para no despedir

El gobierno dice ﹁p∧q, es decir: NO a ley antidespidos Y SI al acuerdo para no despedir.

Pero p=q, porque una ley para evitar despidos (antidespidos) tiene el mismo objetivo que un acuerdo para evitar despidos (no despedir).

Entonces el gobierno está diciendo: ﹁q∧q ,que es una Contradicción y es siempre Falso. Es como decir «llueve y no llueve»

Conclusión: «Lógicamente» nos están mintiendo.

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Literatura

El placer de toparse con un libro leído.

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Textos Subrayados

La Muerte y la Brújula – Los Mejores Cuentos Policiales. Vol. II

En el segundo piso, en el último, la casa pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad.
Jorge Luis Borges (La muerte y la Brújula, ubicación 4116, versión libro electrónico)