El yo no existe. Schopenhauer, que parece arrimarse muchas veces a esa opinión la desmiente tácitamente, otras tantas, no sé si adrede o si forzado a ello por esa basta y zafia metafísica – o más bien ametafísica -, que acecha en los principios mismos del lenguaje. Empero, y pese a tal disparidad, hay un lugar en su obra que a semejanza de una brusca y eficaz lumbrerada, ilumina la alternativa. Traslado el tal lugar que, castellanizado, dice así:
«Un tiempo infinito ha predecido a mi nacimiento; ¿qué fui yo mientras tanto? Metafísicamente podría quizas contestarme: Yo siempre fui yo; es decir, todos aquellos que dijieron yo durante ese tiempo, fueron yo en hecho de verdad».