Diríase que el genio florece mejor en las regiones solitarias, acariciado por las tormentas, que son su atmósfera propia; se agosta en los invernáculos del Estado, en sus universidades domesticadas, en sus laboratorios bien rentados, en sus academias fósiles y en su funcionamiento jerárquico. Fáltale allí el aire libre y la plena luz que sólo da la naturaleza: el encebadamiento precoz enmohece los resortes de la imaginación creadora y despunta las mejores originalidades. El genio nunca ha sido una institución oficial.
Autor: elarquitecto
Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería perfecto. Excluiría cualquier influencia numérica u oligarquía. No habría intereses creados. El voto anónimo tendría tan exiguo valor como el blasón fortuito. Los hombres se esforzarían por ser cada vez más desiguales entre sí, prefiriendo cualquier originalidad creadora a la más tradicional de las rutinas.
Sería posible la selección natural y los méritos de cada uno aprovecharían a la sociedad entera. El agradecimiento de los menos útiles estimularía a los favorecidos por la naturaleza. Las sombras respetarían a los hombres. El privilegio se mediría por la eficacia de las aptitudes y se perdería con ellas.
Transparente es, pues, el credo que en política podría sugerirnos el idealismo fundado en la experiencia.
Se opone a la democracia cuantitativa que busca la justicia en la igualdad: afirmando el privilegio en favor del mérito.
Y a la aristocracia oligárquica, que asienta el privilegio en los intereses creados, se opone también: afirmando el mérito como base natural del privilegio.
La aristocracia del mérito es el régimen ideal, frente a las dos mediocracias que ensombrecen la historia. Tiene su fórmula absoluta: «la justicia en la desigualdad».
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 209, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)

José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 206, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
Daisaku Ikeda – Cintio Vitiers (Diálogo sobre José Martí, el Apóstol de Cuba, página 64, Editorial Centro de Estudios Martinianos: ISBN 959-7006-48-0)
Daisaku Ikeda – Cintio Vitiers (Diálogo sobre José Martí, el Apóstol de Cuba, página 149, Editorial Centro de Estudios Martinianos: ISBN 959-7006-48-0)

José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 181, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 163, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
Encanecer es una cosa muy triste; las canas son un mensaje de la Naturaleza que nos advierte la proximidad del crepúsculo. Y no hay remedio. Arrancarse la primera -¿quién no lo hace?- es como quitar el badajo a la campana que toca el Angelus, pretendiendo con ello prolongar el día.
Las canas visibles corresponden a otras más graves que no vemos: el cerebro y el corazón, todo el espíritu y toda la ternura, encanecen al mismo tiempo que la cabellera. El alma de fuego bajo la ceniza de los años es una metáfora literaria, desgraciadamente incierta. La ceniza ahoga a la llama y protege a la brasa. El ingenio es la llama; la brasa es la mediocridad.
Las verdades generales no son irrespetuosas; dejan entreabierta una rendija por donde escapan las excepciones particulares. ¿Por qué no decir la conclusión desconsoladora? Ser viejo es ser mediocre, con rara excepción. La máxima desdicha de un hombre superior es sobrevivirse a sí mismo, nivelándose con los demás. ¡Cuántos se suicidarían si pudieran advertir ese pasaje terrible del hombre que piensa al hombre que vegeta, del que empuja al que es arrastrado, del que ara surcos nuevos al que se esclaviza en las huellas de la rutina! Vejez y mediocridad suelen ser desdichas paralelas.
El «genio y figura hasta la sepultura», es una excepción muy rara en los hombres de ingenio excelentes, si son longevos: suele confirmarse cuando mueren a tiempo, anotes de que la fatal opacidad crepus cular empañe los resplandores del espíritu. En general, si mueren tarde una pausada neblina comienza a velar su mente con los achaques de la vejez; si la muerte se empeña en no venir, los genios tórnanse extraños a sí mismos, supervivencia que los lleva hasta no comprender su propia obra. Les sucede como a un astrónomo que perdiera su telescopio y acabara por dudar de sus anteriores descubrimientos, al verse imposibilitado para confirmarlos a simple vista.
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 161, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
Todos los hombres altivos viven soñando una modesta independencia material; la miseria es mordaza que traba la lengua y paraliza el corazón. Hay que escapar de sus garras para elegirse el Ideal más alto, el trabajo más agradable, la mujer más santa, los amigos más leales, los horizontes más risueños, el aislamiento más tranquilo. La pobreza impone el enrolamiento social; el individuo se inscribe en un gremio, más o menos jornalero, más o menos funcionario, contrayendo deberes y sufriendo presiones denigrantes que le empujan a domesticarse. Enseñaban los estoicos los secretos de la dignidad: contentarse con lo que se tiene, restringiendo las propias necesidades. Un hombre libre no espera nada de otros, no necesita pedir. La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese precepto no es libre el avaro, ni es feliz.
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 140, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
La ironía es la perfección del ingenio, una convergencia de intención y de sonrisa aguda en la oportunidad y justa en la medida; es un cronómetro, no anda mucho, sino con precisión. Eso lo ignora el mediocre.
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 78, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
Juan Muraña
No sé cuanto duró esa zozobra. Una vez, tu finado padre nos dijo que no se puede medir el tiempo por días, como el dinero por centavos o pesos, porque los pesos son iguales y cada día es distinto y tal vez cada hora. No comprendí muy bien lo que decía, pero me quedó grabada la frase.
Jorge Luis Borges (1970, El informe de Brodie, página 138
El Encuentro
El indigno
La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola.
Jorge Luis Borges (1970, El informe de Brodie, página 114, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
Minetras dura el arrepentimiento dura la culpa
Jorge Luis Borges (1970, El informe de Brodie, página 114, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
El Etnógrafo
Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, la aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía.
Jorge Luis Borges (1969, Elogio de la sombra, página 55, Editorial Sudamericana: ISBN 978-950-07-3497-4)
El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer. Cuando un ideal de perfección impulsa a ser mejores, ese culto de los propios méritos consolida en los hombres la dignidad; cuando el afán de parecer arrastra a cualquier abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad.
José Ingenieros (El Hombre Mediocre, página 135, Editorial Terramar: ISBN 978-1187-11-4)
Los temperamentos capaces de virtud difieren por su intensidad. El primer germen de perfeccion moral se manifiesta en una decidida preferencia por el bien: haciendolo, enseñandolo, admirandolo. La bondad es el primer esfuerzo hacia la virtud; el hombre bueno, esquivo a las condescendencias permitidas por lo hipocritas, lleva en si una particula de santidad. El «buenismo» es la moral de los pequeños virtuosos; su predica es plausible, siempre que enseñe a evitar la cobardia, que es su peligro. Algunos excesos de bondad no podrian distinguirse del envilecimiento; hay falta de justicia en la moral del perdon sistematico. Esta bien perdonar una vez y seria inicuo no perdonar ninguna; pero el que perdona dos veces se hace complice de los malvados.