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Puntos de vista

La mira a los ojos, lo mira a los ojos. Ignoran el humectante spray que les escupe la fuente, escondidos entre la muchedumbre que invade los jardines. De fondo el palacio: impecable, imponente,  inmaculado. Abundan las geometrías verdes, abrazadas por flores de colores agradecidas a la primavera. Resaltan las más altas y las tornasoladas. Las últimas, cómplices del Sol, enceguecen.

Ignoran todo, él se acerca, ella quiere que él se acerque. Veleros de madera naufragan encerrados, otros son remolcados por los niños, sus padres matan el tiempo. Un viejo lustra una escultura, las otras no brillan.

Prometieron encontrarse. Pasaron treinta años. Se encontraron. Los atraviesa el perfume a baguette del boulevard Sain Michael. Los atraviesan mariposas. Se escucha Édith Piaf desde lejos.

Ellos no escuchan nada, no dicen nada, no piensan nada, sólo se miran y acercan sus labios temblorosos. Nadie los observa, no se sienten observados. Son una pareja más sentada a la orilla de la fuente. Se sienten únicos: reyes de los jardines.

De golpe la oscuridad y el placer, lo infinitamente esperado. Se besan con los ojos cerrados, para sentirse mejor.

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Me mira a los ojos, lo miro a los ojos. Estoy rodeada de gente desconocida. La cercanía al agua de la fuente me ayuda a menguar el calor. El prolijo y trabajado verde abunda. Hay flores de todas las imaginables.

Él se me acerca, yo no sé si quiero que se acerque. Los padres de los niños, que empujan los barquitos de madera, parecen no prestarles atención. Una señora de sombrero lee a Victor Hugo.

Hace mucho tiempo prometimos encontraron en este lugar. El aroma a Madre Selva, desborda. Escucho música francesa desconocida.

Antes de besarlo, me siento observada. Posado en la rama más extrema de una Santa Rita, el ruiseñor nos mira fijo; parece estar describiéndonos.

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¿De qué sirve ahora?

No hay vez que no me pregunte: ¿De qué sirve ahora?

Decirte cuanto te quiero, decirte que eres importante para mí;  si ya sos ayer.

Encerrarme en este caparazón, creyendo o queriendo creer, que vos lo sabías, que alcanzaba con una caminata de primavera, que no necesitabas escucharlo.

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¿De qué sirve ahora?

Entender que tres “te quiero”, arriba de una balanza secreta, pesan menos que un “te quiero”, dicho mirándote a los ojos.

Ser egoísta, ¡si, ser egoísta! Porque lamentarme, extrañarte, pedirte perdón es egoísmo.

Deshojar el trébol de la culpa, como si no bastase con el daño que mi silencio te causó.

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¿De qué sirve ahora?

Ir sin rumbo, como un pez perdido,  a buscarte no sé a dónde; si hasta para eso me falta coraje.

Gritarle a todo el mundo que te amo.

Si ya estas fría, si ya no sonreís, si ya no hay regreso posible.

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